domingo, 22 de noviembre de 2009

20 de noviembre: Día de la Soberanía Nacional

¿Qué? ¿Quién? ¿Cómo?

A. Ciappa

Las fechas que nos sorprenden cuando escuchamos las efemérides y que, en un alarde de “originalidad” casi todas las radios nos recuerdan, nos permiten intentar algunos ejercicios de pensamiento por el solo gusto de hacerlo y -si contamos con el escaso bien que por estos días es el tiempo- repensar aquellos acontecimientos que recordamos vagamente de nuestro paso por la escuela y, zaranda mediante, fijar sólo los que nos movilicen.
¿Intentamos?

El 20 de noviembre de hace 164 años se produjo la batalla de Vuelta de Obligado, en la que poco más de mil argentinos enfrentaron a la armada más poderosa del mundo por aquella época, en una acción que permitió la consolidación de la soberanía nacional. En recuerdo de aquel combate se instauró el 20 de noviembre como Día de la Soberanía Nacional.
Leemos al respecto que “por las condiciones en que se dio esa batalla, por la valentía de los argentinos que participaron en ella y por sus consecuencias, es reconocida como modelo y ejemplo de sacrificio en pos de nuestra soberanía.”


Pero, ¿qué es la Soberanía?

Si uno va al diccionario, entre las distintas acepciones que encuentra infiere que la que más se ajusta a nuestra búsqueda es la que sigue: Soberanía: Poder de decisión que tiene un estado independiente.
Y si la calificamos de “nacional”: La que reside en el pueblo y se ejerce por medio de sus órganos constitucionales representativos.

A partir de las definiciones ¿qué entendemos por soberanía? Según cómo sea nuestra vida, podremos esbozar un parecer.

Si la pregunta se la hace un obrero del monopolio estadounidense Kraft (ex Terrabusi), la soberanía seguramente pasará por la defensa de su dignidad como trabajador ante los atropellos de la empresa por sobre las leyes laborales “soberanas” de la República Argentina, y ante la pasividad de un Ministerio de Trabajo que -si fuera “soberano”- las haría cumplir aunque ello supusiese la detención de sus directivos y la eventual expropiación…

¿Qué será la soberanía para un ex combatiente de Malvinas? Acaso la tierra que desde niños nos enseñaron a amar (y a la que nos pusieron a esperar que nos fuera devuelta), esa “hermanita perdida” del poema de Atahualpa Yupanqui, en cuyo suelo quedaron los sueños de tantos soldados como ellos, víctimas de otro combate desigual desde donde se lo analice, pero justo, y que no merecen la “desmalvinización” que se pretende desde algún sector de un Gobierno que se dice “Nacional y Popular” y que en la práctica califica de “error” al enfrentamiento con el imperio británico y le pide disculpas.

¿Y para un jubilado? Tal vez soberanía sea la lucha por defender su dignidad de ser humano ante el saqueo de las arcas que se critica desde muchos discursos pero que, en la práctica, se admite que se está en deuda y los viejos se mueren esperando el 82% móvil "que algún día va a llegar…”

Si la piensa un minero, soberanía es la protección de los recursos naturales no renovables de la angurria de los grupos económicos imperialistas, cada vez más beneficiados por el gobierno nacional y los provinciales, a pesar de la contaminación y los daños irreversibles que provocan en nuestro suelo.

Un campesino pobre podría suponer que la mentada soberanía la tendrá acompañada del título de propiedad de la tierra a la que abona cada jornada con más sacrificio que réditos.

Para un estudiante, en cambio, soberanía puede que sea acceder a la educación en forma gratuita y la permanente pelea contra las políticas de entrega y de ajuste que la pretenden solo para unos pocos privilegiados que dominen el conocimiento, como quedó de manifiesto en la reciente toma de la Facultad de Exactas de la UBA en contra de la acreditación a la CONEAU.

Si la pregunta la hacemos en un hospital público, algún trabajador nos podría decir que la soberanía es resistir el intento de vaciamiento de los centros de salud pública a favor de las empresas de medicina prepaga, hecho que conduce indefectiblemente a la privatización del servicio de salud. Si uno se pone en el lugar de un paciente de dichos centros, la soberanía será exigir que el Estado asegure su derecho a la salud.

Si se lo pregunta un ciudadano que comulga con las políticas de este gobierno, soberanía nacional podría ser la nacionalización de los fondos que tenían las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP). O la Ley de Medios de Comunicación Audiovisuales, que supone un golpe a los monopolios pero cuya aplicación debería ser seguida de cerca para garantizar que los cambios introducidos no fomenten conductas monopólicas de algún otro sector.

No obstante, el discurso del Gobierno sobre la soberanía puede compatibilizarse con las definiciones, aunque si uno lo analiza desde las acciones gubernamentales, el veto a la ley de glaciares, el fomento a la minería contaminante a cielo abierto y la entrega del petróleo a monopolios amigos, a cambio de regalías insignificantes, nos deberían, cuando menos, alertar acerca del verdadero uso de la “soberanía nacional”.

Si quien se refiere a la soberanía es un terrateniente, la soberanía sobre su territorio le estará dada por la cantidad de personal de seguridad que patrulle sus extensiones ante la amenaza siempre latente de los pobres sin tierra y campesinos pequeños y medianos que pretenden una equitativa distribución de las riquezas que por generaciones han pertenecido a los latifundistas toda vez arrebatadas a los Pueblos Originarios…

Un banquero postularía como sinónimo de soberanía la denominada “seguridad jurídica” que no es otra cosa que el reaseguro de la impunidad para seguir generando ganancias a costa de las pérdidas cada vez más sostenidas de un pueblo empobrecido por sus políticas nefastas.

Como se puede leer, el ejercicio nos lleva a ponernos, aunque sea solo por un momento, en el lugar de muchos otros. Y lo que se desprende de cada situación es el tácito paralelismo que existe entre soberanía e independencia, otro concepto sobre el cuál no estaría de más pensar.

Sería ideal que todos los países del mundo pudieran ser soberanos e independientes en lugar de oprimidos de cualquier manera por potencias más poderosas, y que cada ciudadano se obligara a ser soberano de sus actos por encima de cualquier imposición externa a él.

Y basten como ejemplo para concluir los versos del autor del Himno Nacional, Vicente López y Planes, ante el avance de las fuerzas anglo-francesas por el Río de la Plata, que culminaría con la citada Batalla de Vuelta de Obligado:

“¡Morir antes, heroicos argentinos,
que de la libertad caiga este templo.
Daremos a la América alto ejemplo
que enseñe a defender la libertad!”

O, mucho más acá en el tiempo, las sextinas del mendocino Jorge Marziali en su evocación “Así hablaba don Jauretche” incluida en su disco “Sanlagente”:

“No hay mayor soberanía
que una banca nacional
los pueblos la pasan mal
cuando viene un extranjero
a decir quien es primero
si el hombre o el capital.

Con los sueldos achicados
crece un hambre insoportable
mientras con un gesto amable
los dueños del comedor
dicen que estamos mejor
porque hay saldos exportables.

No importe si los billetes
los imprime un argentino
puede ser negro el destino
por más que nos de la lata,
porque el que presta la plata
es el que marca el camino.”

¿Soberanía?... ¿Nacional?... Ojalá. Pero, ¡ojo! Mire que depende de nosotros..
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